Vivencia - Andrés Salazar

La mayoría de los colombianos hemos tenido que soportar, en algún momento de nuestras vidas, las consecuencias de una guerra nacional que ha cobrado miles de víctimas. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia es un atentado terrorista en el cual murieron decenas de personas. En aquel momento no comprendía porque mi madre y mi abuela se sentaron a rezar, pues a nadie de la familia le había ocurrido nada, de hecho era tarde y todos nos disponíamos a dormir.

Mas adelante entendí que no era el dolor de haber perdido a alguien lo que las movía a elevar sus plegarias, era el miedo y el temor constante que se vivía en la ciudad a mediados de los 90’s, aquel que llevaba a muchos a no querer viajar, a estar desde las 6 pm en los hogares con puertas y ventanas cerradas, a dar la bendición a todos antes de salir a la calle.

No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que escuche un disparo, puede ser porque en aquella época eran tan comunes como escuchar el canto de las aves en la mañana. A veces se escuchaban a lo lejos, con un eco que los distanciaba, a veces estaban acompañados de gritos, seguidos de personas corriendo para poder resguardarse en sus casas, a veces, sólo se escuchaban las motos alejándose. En ocasiones debíamos salir corriendo con balón en mano porque alguien pasaba diciendo que se iba a calentar el parque. La muerte era tan común que muchos niños del barrio íbamos a ver los cuerpos en el piso, y mientras madres, esposas o hijos lloraban y gritaban, nosotros nos reíamos porque el cadáver había quedado en alguna posición graciosa.

Recuerdo que un día sonó el teléfono aproximadamente a las 3 de la tarde, a los 20 segundos de haber contestado, mi tía soltó la bocina y comenzó a llorar, mientras varios tratábamos de calmarla, alguien agarro el teléfono para saber quién era, del otro lado una persona informaba que el esposo de mi tía había sido secuestrado en la carretera que va hacia Manizales. Nadie sabe aún la razón exacta, pero dos años después encontraron sus huesos en una fosa común, mientras mi primo de 6 años preguntaba todas las noches donde estaba su papá. Día tras día, crecí con noticias de asesinatos, atentados, secuestros, torturas y masacres; situaciones que en un principio no comprendía, pero que poco a poco me hicieron entender la guerra absurda que se vivía en la ciudad y en el país entero, con gente inocente en el medio tratando de sobrevivir a guerrilleros, paramilitares, bandas criminales, policías y ejército, esperando que un gobierno corrupto los ayudara a salir adelante y rogándole a Dios por algo de misericordia.

Todas esas situaciones me inclinan hacer reflexiones en torno a la violencia y la injusticia, a querer evitar que se presenten situaciones similares, por ello hay que hacer memoria, recordar a las víctimas, para que exista un poco de consciencia y así prevenir que en el futuro se cometan los mismos errores, poder construir una mejor sociedad.

Andrés Salazar


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